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Sebastián Barreiro

Argentino, 5 años

Pasaba por la puerta de la AMIA, de la mano de su mamá

Los sueños del jardín

Sebastián tenía tres años cuando le dijo a su maestra que, de grande, iba a ser presidente. La maestra le preguntó por qué. “Para pagarle mucha plata a los jubilados”, contestó. Desde muy chico, se plantaba y decía qué le gustaba hacer y qué no. Para las fiestas patrias, aceptaba que lo disfrazaran pero no que lo pintaran (sólo una vez dejó que le dibujaran bigotes); se negaba a ser abanderado porque le daba vergüenza y únicamente se vestía si él elegía la ropa. “Yo así ridículo a la calle no voy a salir”, argumentaba si no le conformaba el vestuario. Era un nene grande.
Muy charlatán, nunca dejaba de decir lo que pensaba. Tanto, que sus padres sufrían cada vez que abría la boca. “Una vez, estaba en el almacén y una amiga de mi mamá se le acercó y le dijo: ‘che, pibe’. Se lo repitió varias veces y él no le contestaba hasta que en un momento se dio vuelta y la encaró: ‘Por qué me decís che, pibe. Yo me llamo Sebastián. ¿A vos te gustaría que te digan che, vieja?”
Cuando le preguntaban cuántos hermanos tenía siempre respondía que dos: Lara, de diez meses, y Pamela, la perra. Sebastián quería mucho a los animales (últimamente, reclamaba los conejitos de india que una tía abuela le había prometido). Y también a Lara. Iba con ella por la calle preguntándole a los vecinos: “¿No es hermosa mi hermanita?”
La perra, la bicicleta y su tortuga ninja eran tres cosas que nadie le podía tocar. Como a cualquier chico, le gustaba también jugar a la pelota y que le contaran cuentos. Sebastián tenía dos amigos muy amigos del jardín -Martín y Luisito, su hermano postizo-, otro compinche del barrio -Ariel, un nene más grande, al que admiraba- y una novia, Julieta. “A ella el año pasado la cambiaron de jardín pero se encontraban en los cumpleaños. Una de las veces, Sebi me llama y me dice: ‘Mamá, yo no sé si soy el novio todavía’. ‘Andá a preguntarle’, le digo yo. Cuando vuelve me cuenta que no se animó. ‘Pero cuando la vea otra vez le voy a preguntar -agrega- porque me parece que seguimos siendo novios; estuvimos todo el cumpleaños juntos”.
Sebastián estaba por terminar el jardín. Iba a pasar a primer grado. Por eso, aunque él ya no estaba, en la fiestita de colación prepararon un diploma y, junto con los de sus compañeros, largaron al aire un globo con su nombre. Para que no faltara.

El cielo

Mamá -le preguntó un día Sebastián- el abuelito Julio, ¿dónde está?
-En el cielo.

-Ah, igual que el abuelito José. ¿Y cuándo se van las personas al cielo?
-Y... cuando la gente es grande, se va haciendo viejita y, después, el alma se sale del cuerpo y se va al cielo. Para irte al cielo, tenés que ser muy bueno.
-Mamá, y vos nunca te vas a ir al cielo, ¿no?
-No sé, Sebi, cuando sea muy viejita, pero falta mucho para eso.
-Ah, entonces, en ese momento, yo voy a estar al lado tuyo, te voy a agarrar el alma y no la voy a dejar subir al cielo; te la voy a poner otra vez en el cuerpo así te quedás conmigo.
El lunes 18, Sebastián caminaba, por la calle Pasteur, de la mano de su mamá. Iban hacia el Hospital de Clínicas y cerca de las 10, pasaron por la puerta de la AMIA. Rosa, la mamá, se salvó.

Testimonio: Rosa Barreiro, mamá
Entrevista:
Judith Gociol


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