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AMIA: destacan la solidaridad de Grimoldi con víctimas judías del nazismo
Conservó los bienes que le dio la familia Leiser y le facilitó el ingreso a
la Argentina.
Un reconocimiento a la familia Grimoldi por la solidaridad que Alberto Enrique
–fallecido en 1953 y presidente en aquel momento de la fábrica de calzado–
tuvo con Liselotte Leiser y sus padres, alemanes judíos víctimas del nazismo,
se llevó a cabo ayer en la AMIA.
La historia –hasta hace poco casi desconocida– fue publicada por Clarín
el 24 de agosto. Los Leiser eran dueños de una cadena de zapaterías en
Alemania; Grimoldi los visitó durante un viaje que realizó en los años 30
para interiorizarse de algunas técnicas innovadoras de venta de zapatos que
utilizaban. Cuando Hitler dominó el país, los Leiser vivieron años de
espanto y Grimoldi los ayudó a conservar en la Argentina dinero que ellos le
giraron, además de aceptar, nominalmente, la titularidad de otra zapatería
que la familia tenía en Holanda para que no fuera expropiada.
Liselotte Leiser y sus padres –que sobrevivieron durante el nazismo en un
campo de internamiento pero no de exterminio porque habían logrado comprar
unos pasaportes de Costa Rica– se vieron obligados a un oscuro periplo.
La zapatería en Alemania fue “arianizada”: la Gestapo obligó a que se
pasaran las acciones a una familia no judía que se apropió del negocio. En
1938, los Leiser fugaron a Holanda creyendo que allí estarían seguros, pero
dos años después el país fue invadido por los nazis y los deportaron al
campo de Westerbork, el mismo en el que Ana Frank pasó un tiempo antes de ser
deportada a Auschwitz.
Liselotte, hoy con 94 años, recuerda: “Dormíamos en barracas ruinosas y
fuimos tratados como animales o menos que eso. De un lado pusieron a los
hombres y del otro a las mujeres. Hacíamos nuestras necesidades en letrinas
asquerosas, simples agujeros cavados en el piso, y nos limpiábamos con papel
de diario, cuando había. Las camas, de dos o tres pisos, eran de hierro y con
colchones de paja”.
Cuando finalizó la Segunda Guerra, los Leiser quisieron radicarse en la
Argentina donde tenían parientes. Estuvieron varios meses en Uruguay sin
poder ingresar ya que el gobierno –Perón era Presidente– no les otorgaba
visas para entrar, como sucedía habitualmente con los judíos que llegaban de
la Europa devastada. Grimoldi intercedió: aseguró que su saber técnico en
el área del calzado era importante para la Argentina y así consiguieron los
papeles para radicarse. Desde esa fecha, 1948, Liselotte Leiser vive en Buenos
Aires, y uno de sus recuerdos más vivos es el reintegro de sus bienes por
parte de Grimoldi cuando llegaron.
Ayer, participaron del homenaje los tres hijos de Alberto Enrique Grimoldi:
Lucila, Jorge y Alberto Luis (de izquierda a derecha, los primeros en la foto);
el presidente de la AMIA, Leonardo Jmelnitzky (parado, en el medio) y, a la
derecha, el hijo de Liselotte, Jorge Nesviginsky.
Durante el acto, las autoridades de la AMIA señalaron que conocieron esta
historia a través de Clarín y que les parecía esencial reconocer la valentía
de Grimoldi. Agregaron que propondrían al Estado de Israel que un árbol del
Bosque de los Justos –que rodea el museo del Holocausto en Jerusalén–
lleve su nombre.
Alberto Enrique Grimoldi falleció joven, en 1953. Esto significó que durante
muchos años se perdiera el contacto entre su familia y los Leiser. Hace poco
tiempo, Liselotte sintió la necesidad de contarle a los hijos y nietos de
Grimoldi acerca de sus valores y de su integridad y retomó un vínculo que sólo
habitaba en la memoria.
Liselotte Leiser formó su vida en la Argentina. Acá se casó –quedó viuda
hace unos años– y tuvo a su hijo, Jorge.
A Berlín volvió una vez, por pocos días.
Allí le mostró a su hijo los lugares en los que había vivido –algunos ya
no existían, otros aún eran reconocibles– y la zapatería en la que a
principios de los años 30, cuando estaba por entrar en la adolescencia,había
conocido a un argentino que venía a aprender de sus padres.
Jamás imaginó en aquel momento que ese hombre sería, años más tarde, tan
significativo en su propia historia.
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