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Julio E. Fontanet/ Expresidente del Colegio de Abogados
A Luis F. Camacho, in memoriam
Con su señalamiento de que algunas manifestaciones del mal contienen
dosis de banalidad —la banalidad del mal—, la filósofa política
Hannah Arendt resumió su percepción de la conducta del criminal de
guerra nazi Adolf Eichmann durante su juicio en Israel (1961). Eichmann
había sido secuestrado de Argentina por el Mossad para responder por su
activa participación en el Holocausto.
En el análisis de Arendt —quien cubrió el juicio como corresponsal de
The New Yorker— el problema de Eichmann no era su maldad intrínseca
sino su incapacidad de pensar en las consecuencias de su conducta. El
militar alegaba que nunca mató a ningún judío sino que, conforme a su
obligación militar, siguió órdenes de sus superiores sin
cuestionamiento alguno para, así, facilitar los traslados a los campos de
exterminio.
Arendt fue criticada por quienes entendieron que eximía de
responsabilidad a un criminal de guerra. Sin embargo, lo que Arendt
realmente estaba haciendo era un planteamiento filosófico profundo para
tratar de explicar por qué personas normales, sin problemas mentales o
sin ser psicópatas, son capaces de cometer actos de crueldad.
Arendt había hecho una importante distinción entre conocer y pensar, en
cómo ambos procesos mentales son distintos. Acotó, además, que el
problema fundamental es la incapacidad de las personas de ejercer un
pensamiento crítico e independiente.
El diagnóstico de Arendt adquiere actualidad en el Puerto Rico de hoy
cuando observamos cómo muchos asesinatos son cometidos con dosis insólitas
de crueldad por personas relativamente normales.
Fuera del marco de los asesinatos y otros crímenes, hay otra banalidad
que se manifiesta con mucha elocuencia en la discusión pública de los
problemas que enfrenta el país (en la que todo se discute
superficialmente, con total ausencia de objetivad y a base de “talkings
points”) y en la discusión de las medidas para atender la crisis económica,
que quizás sea el mejor ejemplo.
Lamentablemente, esa misma superficialidad es la que se difunde en los
medios de comunicación y, a su vez, es repetida irreflexivamente por el
pueblo. Tampoco menospreciemos la trivialidad de los temas que acaparan la
atención de muchos de nuestros conciudadanos, como son las vidas privadas
de las personas de cierta notoriedad o la difusión de sus vídeos
comprometedores.
Lo señalado por Arendt se ha acrecentado con la tecnología. Ahora es tan
fácil acceder a la información; todo está al alcance de un botón.
Tristemente, muchas personas prefieren acceder a Internet para asuntos
mayormente intrascendentes y pierden horas en informar —intrascendentemente—
lo que hicieron la noche anterior. En ocasiones sí se accede a
información muy valiosa intelectualmente, pero meramente se hace un
“download” en el disco duro de nuestra computadora personal. Se parte
de la premisa de que, como la tenemos almacenada en nuestra computadora,
la entendemos y es parte de nuestro acervo intelectual. Nada más lejos de
la verdad; es como tener un iPod con nuestra música favorita, pero sin
los audífonos para poder escucharla.
Pero volvamos a la banalidad del mal. Ahí están los exfuncionarios públicos
que utilizaron sus posiciones para beneficio de sus amigos y de compañías
a las cuales se integrarían directa o indirectamente al terminar su gestión
pública. Tampoco olvidemos a aquéllos que, a capa y espada, defienden
sus escoltas y choferes a costa del erario público. Es obvio que no
piensan en las consecuencias evidentes de dicha postura.
Tengamos presente, como ilustró Arendt hace más de 50 años, que la
mejor manera de combatir el mal es fomentando en las personas su capacidad
de pensar de manera crítica e independiente, siempre conscientes de las
consecuencias de nuestra conducta. La maldad se nutre de la ignorancia y
la indolencia.
No le podemos pedir una reflexión sobre esto a nuestros conciudadanos
menos educados, pero a aquéllos que realizan “sofisticados” actos de
maldad les recordamos que lo hacen por banalidad.
http://www.elnuevodia.com/columna-labanalidaddelmal-1806509.html
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