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En su prólogo, el escritor regionalista entrerriano Martiniano Leguizamón saludaba a Gerchunoff como a "uno de los escritores de la tierra: tiene el don de desentrañar la oculta belleza de los asuntos más sencillos y familiares". Pero especialmente celebraba que los colonos judíos hubieran logrado trazar los primeros surcos en la selva hirsuta y huraña de Montiel, que rodeaba a sus moradores primitivos, y conseguido asimilarse al "espíritu criollo". Afirma Leguizamón que "en vano los viejos rabinos seguirán mesándose las largas barbas al repetir sus oraciones seculares de la raza; sus hijos ya entran con desgano en la sinagoga, abandonan los hábitos tradicionales adoptando los trajes y usos de la comarca y adquieren, como por lenta infiltración del medio ambiente, con los instintos de la libertad, esa independencia brava e inextinguible que timbra con rasgo acentuado el perfil moral de nuestro paisano".Pero además, los escritores católicos regionalistas y teluristas como Leguizamón y Rojas admiraban en Los gauchos judíos la composición de sus personajes a la manera de estampas de los Evangelios. Para el prologuista, los perfiles de las "garbosas muchachas hebreas, morenas de ojos rasgados, misteriosos y profundos, o las rubias que tienen en la dulce mirada el azul que tiembla en las pupilas de la Virgen", eran auténticas estampas de campesinas bíblicas. Es decir: imágenes respetables y venerables, sin rastros que delataran los rostros y cuerpos femeninos de las judías de Ucrania o Podolia. Raquel, Rebeca, Esther, Miriam y Rut cautivaban a los escritores criollistas católicos por su sencilla belleza "de flor agreste" y, especialmente, "porque se hacen perdonar la volubilidad con que olvidan el severo precepto que les veda amar a los que no son de su raza".
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