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Gerchunoff fue el primero de los escritores inmigrantes naturalizados que inventó una identidad cívica perdurable para bautizar a sus hermanos que arribaron al campo argentino: gauchos judíos. Hasta entonces, "gauchos-judíos" sonaba a oídos del discurso nacionalista como una contradicción impensable. Desde su consagración oficial, Los gauchos judíos fue recibido como un oxímoron que metaforizaba el perfil mestizado de dos espíritus: el criollo y el hebreo, tierra gaucha y esencias bíblicas. Favel Duglach, en el relato "El poeta", constituye el paradigma de esta nueva identidad colectiva judía que buscaba argentinizarse. Conocedor de las Escrituras, "pasábase el tiempo conversando con los ancianos de la sinagoga" y la imaginación lírica del poeta lo conducía a componer "ditirambos" y "expresiones de égloga". Al mismo tiempo que amaba la tradición hebrea y se exaltaba al relatar "ante el auditorio algún episodio de la Biblia", el poeta Favel "sentía la poesía criolla del valor". Tal como sentencia el narrador, "en su espíritu se habían fundido las tradiciones hebreas y las gauchas". Pero entiéndase bien: tradiciones hebreas era, en Gerchunoff, sinónimo de bíblicas, modelo prestigioso para cristianos y judíos. Así Favel glorificaba la vida nómada del paisano, las fábulas comarcanas, "el heroísmo de los criollos del pago entrerriano y el coraje guerrero de los israelitas de otra edad, cuando Jefté comandaba briosos ejércitos, y las insignias del rey David llenaban a los pueblos de oriente el esplendor de su fe y de su fuerza". Los modelos del poeta de la colonia no eran los judíos religiosos tradicionales de la Europa Oriental, sino los hebreos bíblicos, "pues admiro tanto a los gauchos como a los hebreos de la antigüedad. Como éstos, son patriarcales y nobles, afirma el narrador.
A menudo, Gerchunoff extrae la legitimación hebrea de los personajes de Los gauchos judíos de ambos Testamentos, el Viejo y el Nuevo. En especial, un personaje femenino como Raquel parece una robusta y bronceada ordeñadora de la estirpe de Esther, de Rebeca o de Judith, pero también tiene "el azul que tiembla en la pupila de la Virgen". Alternando con estampas evangélicas del tiempo del Nazareno, Gerchunoff buscaba legitimación para sus judíos en la tradición lingüística hispánica. Nombres gentilicios, giros idiomáticos y ambientes de la tradición judeo-hispánica medieval cumplen una función significativa no menos importante que el criollismo rural: legitimizar a los inmigrantes judíos rusos ante el discurso nacionalista hispanoamericano. A tal fin, Gerchunoff utilizó en su primer libro recursos linguísticos estilísticos y alusivos. El idioma de Los gauchos judíos se esfuerza por connotar la lengua de Cerv, exhumando los arcaísmos y su sintaxis y el uso preciso de culteranismos. Un tono patético y magistral le confiere a su prosa el empleo de los verbos en segunda persona del plural del imperfecto o del futuro indicativo, amén del imperativo; Gerchunoff recrea un nuevo idioma capaz de sugerir al lector resonancias castizas, grandilocuentes y predicativas. Precisamente, la prosa castiza de Gerchunoff fue saludada muy entusiastamente por autores nacionalistas como Manuel Gálvez y Manuel Carlés. Este último elogiará el otro libro que condensa el amor de Gerchunoff por la lengua de Cervantes: La jofaina maravillosa: agenda cervantina, de 1922.
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