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EL CONFLICTO DE MEDIO ORIENTE
La misma historia de siempre
Gustavo Ernesto Demarchi
En los últimos 50 años, el pueblo judío ha protagonizado el "milagro"
económico, social e institucional más trascendente y paradigmático de los dos
últimos siglos; es más, no existen otros antecedentes históricos comparables.
En un período sumamente breve de tiempo, consiguió que emergiera una nación
moderna, cosmopolita y progresista de lo que antes fuera un desierto milenario,
agreste e inhóspito. El causante de este fenómeno extraordinario no fue el maná
prometido por el texto bíblico, el cual, cayendo del cielo en abundancia, habría
de transformar los árídos territorios de las ancestrales Galilea y Palestina
en fértiles valles cultivables, en acequias rebosantes de agua cristalina
y en ciudades acogedoras y bulliciosas. Fueron los colonos inmigrantes israelíes,
quienes, con gran sacrificio, imaginación y perseverancia, obraron el increible
cambio.
Hoy, en el corazón del Asia Menor se levanta una nación vigorosa que progresa
incansablemente; que descolla en diversas actividades económicas y, a pesar de
su juventud y la limitación de sus recursos, está en condiciones de generar
abundante "materia gris" y de exportar tecnología de punta. Una nación
orgullosa que eleva día a día el bienestar de su población multiétnica; que
no dispone ni de petróleo ni de agua potable y, sin embargo, a fuerza de
talento y de eficiencia, ha conseguido en menos de cuatro generaciones erigirse
en uno de los paíse más pujantes del planeta.
La gesta es más meritoria aún si se tiene en cuenta que, en una región en
donde predominan las autocracias vitalicias, las dictaduras militares y los
emiratos medievales, el pueblo israelí construyó su próspera república en un
clima de libertad y de pluralismo, contando con instituciones democráticas bien
consolidadas a solo 58 años de su fundación.
Pero al Estado de Israel lo asechan, desde su primer día de existencia, enormes
peligros promovidos por enemigos implacables que se han juramentado entre
sí con el objetivo de hacer desaparecer la nueva nación y de exterminar a sus
habitantes. No resulta fácil la convivencia en la región ante semejante
exhibición de intolerancia colectiva.
Cuando los gobernantes judíos privilegian el trabajo, la producción y la
educación, sus vecinos prefieren fomentar como método de reclutamiento el ocio
beligerante, el resentimiento étnico y la ignorancia masiva. No es fácil
convivir con regímenes teocráticos que inculcan a sus súbditos el más
delirante fanatismo religioso; ni con jeques feudales que, enriquecidos con las
regalías petroleras que recaudan, mantienen a las multitudinarias masas
árabes sometidas por estructuras político-sociales injustas, propias de épocas
pretéritas. No es fácil que convivan pacíficamente los pioneros del mayor éxito
social contemporáneo con los "líderes" del atraso y del
subdesarrollo inveterado; con los profetas del odio que, para mantenerse en el
poder, propugnan la "guerra santa" contra el odiado vecino. En
definitiva, es difícil convivir en paz cuando, de un lado existe una nación de
ciudadanos libres, mientras que del otro hay millones de personas sin derechos cívicos,
rehenes del despotismo y de la indigencia extrema.
Lleva seis décadas la guerra en Medio Oriente. Cada vez que el Estado de
Israel, en defensa de su integridad nacional ataca los bunker artillados y
los aguantaderos del terrorismo islámico, que hostiga de modo permanente la
vida civilizada y productiva de la nación judía, se levantan de inmediato
voces de reprobación al accionar represivo del ejército hebreo. Obviamente,
los primeros "indignados" con estas represalias son los gobiernos de
los países de la región que se comportan como cómplices y protectores de las
organizaciones terroristas, esto es: la teocracia troglodítica iraní, la
sempiterna dictadura militar siria, el débil gobierno títere libanés y, además,
los jeques, califas, ayatoláes y clérigos intolerantes, cada uno con su ejército
de fanáticos incondicionales.
La estrategia de estos grupos y facciones es siempre la misma: hostigar y atacar
a las autoridades, instituciones y actividades productivas de Israel hasta que
consiguen provocar su reacción militar, de modo de que la inevitable respuesta
armada sea condenada por la comunidad de naciones y la prensa mundial. Como a
estos fundamentalistas, la vida humana les importa "un comino" (preparan
a los niños para que se inmolen cometiendo atentados y tratan a las mujeres
peor que a los perros), son capaces de cometer cualquier atrocidad con tal de
conseguir que el costo social de las actividades represivas se cargue en
la "cuenta" israelí, cuyo gobierno y fuerzas armadas quedan
catalogados como ofensivos, expansionistas y militaristas. El círculo vicioso
provocación-reacción-condena se repite desde hace años sin solución de
continuidad.
Un factor relevante en la generación del clima anti-israelí, que
invariablemente se produce en circunstancias similares, lo constituyen los
medios de comunicación que habitualmente apoyan la "causa" palestina
y que dicen actuar en favor de quienes son los más débiles en la contienda, es
decir, la gente común, la población civil, que los regímenes autocráticos
árabes y las agrupaciones terroristas islámicas utilizan como "carne de
cañón" para mantener una situación de continuada inestabilidad política
y social en la región. Que esta numerosa población permanezca en un estado
generalizado de pobreza y sin perspectivas de mejora en el futuro, sirve de
caldo de cultivo para alimentar el resentimiento que acicatea el descontento y
multiplica el reclutamiento de jóvenes desahusiados dispuestos a servir
obedientemente sus criminales designios. La prensa internacional, en vez de
mostrar el drama del Cercano Oriente con todos sus componentes y sus respectivos
antecedentes históricos, se dedica a fotografiar y a filmar los niños
inocentes que mueren destrozados por los misiles israelíes. Verdad parcial que
termina siendo mentira total.
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