DOS GENERACIONES MARCADAS
Hijas de horrores que aún golpean a la Argentina
La madre de Raquel Camps desapareció y su padre fue asesinado durante la
dictadura.
Astrid Malamud perdió a su papá en el atentado a la AMIA.
En un diálogo sincero, repasan cómo es crecer con esa falta. Qué pasa con
la
Justicia.
Por Hernán Dobry | 12/07/2014
La dictadura, con sus desaparecidos, y el atentado a la AMIA son las dos
mayores tragedias que vivió la Argentina en los últimos cincuenta años. En
ambos casos, el Estado asumió su culpabilidad. Sin embargo, sus víctimas no
fueron tratadas igual.
Las de la dictadura han recibido indemnizaciones y una gran parte de los
culpables de los secuestros y torturas están siendo juzgados. En cambio, las
de la explosión de la mutual judía aún no han recibido nada, luego de
veinte
años, y no se ha encontrado a los responsables de su planificación, su apoyo
local o quienes ayudaron a encubrir y ensuciar la investigación para que no
se conociera la verdad.
Ambos hechos han dejado una herida abierta en los familiares de las
víctimas, que aún no ha cicatrizado. Raquel Camps, de 38 años, con su madre
desaparecida y su padre muerto en un enfrentamiento con los grupos de
tareas, y Astrid Malamud, de 22, cuyo papá falleció en el atentado, han
cargado sobre sus espaldas el peso de haber crecido sin sus seres queridos,
comprender lo que les ocurrió y la búsqueda de justicia. Camps militó en
Hijos; Malamud forma parte de Memoria Activa.
Aquí, un diálogo entre dos generaciones que llevan sus historias a cuestas.
-¿Cómo sobrellevaron sus historias?
MALAMUD: Mi mamá siempre habló del tema en casa, nunca fue un tabú, nos
dijo
la verdad, lo que estaba pasando. Para mí era algo natural.
CAMPS: No viví mi historia, hasta que decidí hacerlo, hará 12 años. En
casa,
no se hablaba de nada, era un tema tabú. Una vez les pregunté a mis abuelos
y me sacaron carpiendo. Ni siquiera conviví con la imagen de mis padres,
porque no teníamos fotos suyas. Esto fue hasta que empecé a buscar el
testimonio de los demás para que me devolvieran esa historia que no tenía.
Carezco de recuerdos propios, vivo de lo que me cuentan otros, a vos te
pasará lo mismo.
M: Es así, te pueden contar lo que hacía, lo que pensaba, cómo te trataba
de
bebé, pero siempre va a ser la mirada del otro: la relación que tenía con
su
hermano, con su mamá. Eso lo tenés que asumir y no se puede hacer nada.
-¿Cómo lidiaron con esto en su infancia?
M: A los 5 años, una compañera me preguntó en la escuela cómo era no tener
papá y le respondí: 'No sé, decime vos porque yo no tengo'. No sé si me
daba
cuenta, si sentía la diferencia.
C: Nosotros vivimos una discriminación. De chica, no tenía DNI y en el
colegio me decían "guacha", porque no tenía padres. Eso me quedó
marcado. No
nos invitaban a algunos cumpleaños y mi abuela no me lo festejó hasta los 4.
-¿Cómo reconstruyeron la identidad de sus padres?
M: No sé si tengo mucho reconstruido. Me han contado todo. Mi abuela me
narra historias y anécdotas y con mi mamá puedo hablar sin problemas. Con el
paso de los años, fui dejando de preguntar un poco, porque me relataron la
gran mayoría de las cosas. En una época, tuve el conflicto de que no sabía
nada y mi mamá me dijo: "Podés preguntarles a todos, averiguar lo que
quieras, pero no vas a tener una relación con él. Se murió y lo tenés que
asumir".
C: Tiene razón tu mamá. Es asumir que esa relación no está y que no
tenemos
conocimientos ni recuerdos propios, lo hacemos a través de otros. Tengo
diferentes piezas de un rompecabezas y voy armando una figura, pero no es la
relación con él, me la tengo que inventar. Es parte de esta historia que nos
tocó, el no conocer y tener que recrear situaciones diciendo: esto tal vez
sea de él por lo que me dijeron acá o allá.
-¿Qué imagen se formaron de ellos?
C: Todavía no la terminé y me va a llevar un tiempo. Es la mezcla del
militante, el bronce tan armado y el ser humano. Les pido a sus compañeros
que me cuenten alguna cagada que se haya mandado porque es una cosa tan
perfecta, que necesito humanizarlo, porque el tiempo y todo lo que pusieron
en la lucha genera un cierto halo.
M: No sé si tengo una reconstrucción suya como persona, sino detalles que me
han contado, que suenan ínfimos. No sé si esto termina alguna vez, porque
sigo encontrando y viendo cosas en mí y evaluando lo que me dijeron, de otra
manera. De a poco, busco armar ese rompecabezas.
-¿Les hablan en alguna situación?
C: He tenido charlas con mi mamá, por una cuestión de género. Con mi viejo
hablo y me peleo. Le digo: ¿dónde estás? Te necesito acá. ¿Por qué
hiciste
esto? Le reprocho su militancia porque vivimos otra historia, la de la falta
de ellos y familias que quedaron destrozadas, silenciadas. La mayoría de los
hijos nos preguntamos: "¿Por qué eligieron esto? ¿Por qué de esta
manera?".
M: De chica le hablaba, le contaba cosas: acabamos de tener un primito nuevo
y hechos que me llamaban la atención que no supiera, porque no estaba.
Después dejé de hacerlo. Mi mamá se encargó de ocupar los dos lugares, se
volvió a casar y su marido está muy presente y es un padre para nosotras.
-¿Cómo viven el aniversario de su muerte?
M: Tuve una época en la que sentía la presión de estar más mal. Con los
años, me di cuenta de que es un día más. Es una mezcla extraña de
sentimientos porque estoy triste, pero al mismo tiempo ya lo tengo
incorporado en mi vida. Se suma el tema de la familia, la presión, estar en
el acto y que la gente me venga a saludar como si fuera un día de luto.
C: Nunca viví un aniversario hasta que decidí hacerlo. Necesité que me
doliera, sentirlo a flor de piel. Cuando supe lo que había pasado, pude ir a
la casa donde mataron a mi papá y se llevaron a mi mamá. Todo eso pasó el
17
de agosto, que es cuando lo festejamos. Lo festejo porque me enteré de lo
que había ocurrido; y saber te hace ser. Tiene que ver con poder hacer un
funeral, un día de luto, que lo necesitaba. Ahora no lo vivo con tanta
tristeza, sino como un día especial, un punto de inflexión donde me cambió
la vida, donde aceptás y recordás.
-¿Qué sienten cuando pasan por el lugar de los hechos?
M: Es raro porque la AMIA es una organización que funciona, y he entrado por
muchos temas que no tienen nada que ver con el atentado. De repente, estoy
haciendo cualquier otra cosa y me doy cuenta de dónde estoy, me choca y sigo
en lo mío.
C: Hay cosas muy difíciles de explicar, como vos decís, las sensaciones en
estas situaciones. La primera vez que fui a la casa donde viví con mis
viejos, que fue el único momentito que estuve con ellos y fuimos familia,
fue muy raro, no lo podía acomodar en mí. La segunda, sentí algo bueno
porque había estado con ellos ahí, pero también es donde me cambió la vida
y
lo que soy ahora. Es como que tiene cierta paz. Es la vida y la muerte en un
mismo sitio. No pasé ni fui nunca a El Vesubio, que fue donde estuvo
secuestrada mi mamá.
Reparación o deuda.
-¿Qué les representa la Justicia?
C: Haber llegado a los juicios era impensado antes. Pero no tenemos la
justicia que querría, porque en la causa de Trelew los asesinos no tienen
una condena firme. Cuando fue el juicio de El Vesubio, Durán Sáenz, uno de
los represores, murió impune y en libertad. La justicia tiene que ver con
haber llegado a la verdad, con toda esta historia callada, es algo que calma
de alguna manera.
M: No hay justicia en la causa AMIA en ningún sentido. Nunca sabremos
quiénes lo hicieron, a menos que decidan admitirlo por una extraña razón, y
a los que los encubrieron los protegemos todos los días. El pueblo sigue
votando y defendiendo a los dirigentes políticos, sociales y comunitarios.
El único juicio que hubo fue una mentira inventada para sacarse un problema
de encima y, por más que la causa por encubrimiento esté elevada, continúan
sacando a gente que van a juzgar. Es todo una mentira y nadie muestra ni un
poco de intención de que se haga. Ningún magistrado la quiere tomar, el
fiscal no se presenta.
C: Hasta que no se haga una depuración real de la Justicia, hay cosas que
nunca van a suceder ni para vos ni para mí.
M: En la AMIA, en estos veinte años, no hubo nada. Las esperanzas con
respecto a los culpables no las tengo, a menos que ocurra algo muy extraño.
Me gustaría que juzgaran a los encubridores argentinos, a los que hicieron
todo lo posible para que nunca sepamos nada. Si hoy en día no se puede
hacer, no va a ocurrir nunca.
Estado presente, Estado ausente
Para Astrid Malamud, "en el caso AMIA, el Estado quiso avanzar y se dio
cuenta de que no le convenía. Con Néstor Kirchner hubo una iniciativa,
cuando destituyeron al juez Juan José Galeano y abrieron los archivos de la
SIDE. Pero advirtieron que estaban tocando a gente muy poderosa y pusieron
el freno de mano. Desde entonces, no hubo iniciativa de nadie, no sólo del
Estado".
"¿Cómo convivimos con esto?", se pregunta Raquel Camps. "El
tema
desaparecidos tuvo como un 'momento', por eso te digo que, a lo mejor, en
veinte años más... Qué horror", le dice a su compañera de entrevista.
"Tuvieron que pasar todos estos años, pero se le está dando importancia
y
salieron a la luz muchísimas cosas y pudimos avanzar gracias a esta voluntad
del Estado. No pasa lo mismo con AMIA. Es tan distinto. Me da vergüenza".
Según Malamud, "la causa AMIA no le importa a nadie. La mitad de la
gente
piensa que es un tema de judíos y se agarra de eso como para no meterse y
lavarse un poco las manos. Murieron judíos, católicos, agnósticos, que eran
argentinos. Lo preocupante es que no les interese vivir en un país donde los
que están en el poder pueden encubrir y hacer lo que quieran, y que no pase
nada. Me da bronca, porque con la dictadura la gente quería los juicios,
estaba informada, le importaba. Lo de AMIA es algo que cada año que pasa se
va diluyendo más. Si no hay apoyo y presión social, va a ser difícil que se
llegue a algo".
http://www.perfil.com/deportes/La-vida-despues-del-mineirazo-20140712-0068.html