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Borges: “Siempre lamenté no ser judío”.
12 Septiembre, 2020
Por David
Alejandro Rosenthal
Jorge Luis Borges es reconocido a nivel mundial como
literato y poeta, también como filósofo y autoridad en temas. Autor de
invaluables piezas y un verdadero defensor de Israel y de los judíos. Fue
inspirado por la sabiduría judía y reconocedor de la Biblia. tuvo variedad de
amigos hebreos y fue a Israel en sus primeros años como invitado del premier Ben
Gurión. Escribió El Aleph y Ficciones. Considerado como uno de los padres de la
literatura universal del Siglo XX. Con innumerables reconocimientos por todo el
mundo, siempre lamentó no haber sido judío.
Le dijo a quién fue el primer
ministro israelí David Ben Gurión, con quien tuvo un histórico encuentro en
Buenos Aires: "Más allá de los azares de la sangre, todos somos griegos y
hebreos". Borges hacia publica su admiración por la sabiduría judía, en especial
de la filosofía de Baruch Spinoza, holandés y judío sefardí. Fue una de las más
fascinantes mentes de la filosofía occidental. También hacía eco de su
admiración y fascinación de la cábala hebrea, en especial de Gershom Scholem,
autoridad del tema y de Martin Buber en segunda instancia.
El
antisemitismo no perdona a nadie. Es así que el mismísimo Borges fue culpado y
casi enjuiciado de ser judaizante y de origen hebraico. Pero, así mismo se
defendió de la forma más sagaz y solemne, dejando tanto la pregunta como la
respuesta abierta. Enalteciendo el honor del pueblo hebreo y en realidad de una
forma muy sutil y refinada dejó a los espectadores confundidos y dispersados
entre sus maliciosas contiendas y pretensiones.
“Yo judío”
“Como los
drusos, como la luna, como la muerte, como la semana que viene, el pasado remoto
es de aquellas cosas que puede enriquecer la ignorancia, que se alimentan sobre
todo de la ignorancia. Es infinitamente plástico y agradable, mucho más
servicial que el porvenir y mucho menos exigente de esfuerzos. Es la estación
famosa y predilecta de las mitologías.
¿Quién no jugó a los antepasados
alguna vez, a las prehistorias de su carne y su sangre? Yo lo hago muchas veces,
y muchas no me disgustó pensarme judío. Se trata de una hipótesis haragana, de
una aventura sedentaria y frugal que a nadie perjudica, ni siquiera a la fama de
Israel, ya que mi judaísmo era sin palabras, como las canciones de Mendelssohn.
Crisol, en su número del 30 de enero, ha querido halagar esa retrospectiva
esperanza y habla de mi "ascendencia judía, maliciosamente ocultada". (El
participio y el adverbio me maravillan).
Borges Acevedo es mi nombre.
Ramos Mejía, en cierta nota del capítulo quinto de Rosas y su tiempo, enumera
los apellidos porteños de aquella fecha, para demostrar que todos, o casi todos,
"procedían de cepa hebreo-portuguesa". Acevedo figura en ese catálogo: único
documento de mis pretensiones judías, hasta la confirmación de Crisol. Sin
embargo, el capitán Honorio Acevedo ha realizado investigaciones precisas que no
puedo ignorar. Ellas me indican el primer Acevedo que desembarcó en esta tierra,
el catalán don Pedro de Azevedo, maestre de campo, ya poblador del "Pago de los
Arroyos" en 1728, padre y antepasado de estancieros de esta provincia, varón de
quien informan los Anales del Rosario de Santa Fe y los Documentos para la
historia del Virreinato, abuelo, en fin, casi irreparablemente español.
Doscientos años y no doy con el israelita, doscientos años y el antepasado me
elude. Agradezco el estímulo de Crisol, pero está enflaqueciendo mi esperanza de
entroncar con la Mesa de los Panes y con el Mar de Bronce, con Heine, Gleizer y
los diez Sefiroth, con el Eclesiastés y con Chaplin.
Estadísticamente los
hebreos eran de lo más reducido. ¿Qué pensaríamos de un hombre del año cuatro
mil, que descubriera sanjuaninos por todos lados? Nuestros inquisidores buscan
hebreos, nunca fenicios, garamantas, escitas, babilonios, persas, egipcios,
hunos, vándalos, ostrogodos, etíopes, dardanios, paflagonios, sármatas, medos,
otomanos, bereberes, britanos, libios, cíclopes y lapitas. Las noches de
Alejandría, de Babilonia, de Cartago, de Menfis, nunca pudieron engendrar un
abuelo; sólo a las tribus del bituminoso Mar Muerto les fue deparado ese don”.
(Borges, Yo, judío, 1934)
Fue esta a forma de poema y con gran sagacidad
la respuesta del gran Borges a sus detractores antisemitas que hacían eco en la
época del auge nacional socialista alemán que golpeaba también a la Argentina.
País que luego albergaría a líderes nazis de renombre que luego serían
capturados en su territorio, el caso más conocido fue el de Adolf Eichmann.
Jorge Luis Borges fue un apasionado por el judaísmo. Además de este
grandioso poema en defensa de si y de la tradición hebrea, se dedicó en su vida
a investigar temas como el de la mística judía, es decir, la cábala. Estudió la
obra de la máxima autoridad académica del tema, Gershom Scholem. A raíz de esto
dio una muy docta conferencia llamada: Siete noches. Claro está que se inspiró
en la novela de Gustav Meyrink, llamada El Golem y publicada en el año 1915.
Borges se fascinó por la antigua historia del Golem, aquella criatura que hizo
el Rabino Yehuda Löw ben Becalel, hoy República Checa. Este grandioso cabalista
reconocido en la época por sus artes místicas, inspiraría una leyenda hasta hoy
mágica.
El Golem
Si, (como el griego afirma en el Cratilo) el nombre
es arquetipo de la cosa,
en las letras de rosa está la rosa y todo el Nilo en
la palabra Nilo. Y, hecho de consonantes y vocales, habrá un terrible Nombre,
que la esencia cifre de Dios y que la Omnipotencia guarde en letras y sílabas
cabales.
Adán y las estrellas lo supieron en el Jardín. La herrumbre del
pecado (dicen los cabalistas) lo ha borrado y las generaciones lo perdieron. Los
artificios y el candor del hombre no tienen fin. Sabemos que hubo un día en que
el pueblo de Dios buscaba el Nombre en las vigilias de la judería.
No a
la manera de otras que una vaga sombra insinúan en la vaga historia, aún está
verde y viva la memoria de Judá León, que era rabino en Praga. Sediento de saber
lo que Dios sabe, Judá León se dio a permutaciones de letras y complejas
variaciones y al fin pronunció el Nombre que es la Clave, la Puerta, el Eco, el
Huésped y el Palacio, sobre un muñeco que con torpes manos labró, para enseñarle
los arcanos de las Letras, del Tiempo y del Espacio.
El simulacro alzó
los soñolientos párpados y vio formas y colores que no entendió, perdidos en
rumores, y ensayó temerosos movimientos. Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.
El cabalista que ofició de
numen a la vasta criatura apodó Golem. (Estas verdades las refiere Scholem en un
docto lugar de su volumen.) El rabí le explicaba el universo (Esto es mi pie;
esto el tuyo; esto la soga) y logró, al cabo de años, que el perverso barriera
bien o mal la sinagoga.
Tal vez hubo un error en la grafía o en la
articulación del Sacro Nombre; a pesar de tan alta hechicería, no aprendió a
hablar el aprendiz de hombre.
Sus ojos, menos de hombre que de perro y
harto menos de perro que de cosa, seguían al rabí por la dudosa penumbra de las
piezas del encierro. Algo anormal y tosco hubo en el Golem, ya que a su paso el
gato del rabino se escondía. (Ese gato no está en Scholem, pero, a través del
tiempo, lo adivino.) Elevando a su Dios manos filiales, las devociones de su
Dios copiaba o, estúpido y sonriente, se ahuecaba en cóncavas zalemas
orientales.
El rabí lo miraba con ternura y con algún horror. ¿Cómo (se
dijo) pude engendrar este penoso hijo y la inacción dejé, que es la cordura?
¿Por qué di en agregar a la infinita serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana, di otra causa, otro efecto y otra cuita? En
la hora de angustia y de la luz vaga, en su Golem los ojos, detenía. ¿Quién nos
dirá las cosas que sentía Dios, al mirar a su rabino en Praga? (Borges, El otro,
el mismo , 1964)
En una entrevista Borges dijo: “He hecho lo mejor que
pude para ser judío. Pude haber fracasado… Si pertenecemos a la civilización
occidental, entonces todos nosotros, a pesar de las muchas aventuras de la
sangre, somos griegos y judíos… Muchas veces me pienso judío, pero me pregunto
si tengo derecho de hacerlo”. El sabio hombre que era Borges, reconocía que la
civilización occidental debe todo a Atenas y a Jerusalén, por encima de Roma, en
el concepto filosófico de pensar las cosas tal como se piensan hoy, tanto así,
como de la cultura.
Un amigo de los judíos, un admirador de la tradición
judía y del judaísmo y un defensor de Israel fue el hombre más brillante que
tuvo Latinoamérica como concluyen los que conocen su obra. Es en el exterior, en
especial en Europa, el único latinoamericano que tiene un respaldo intelectual.
Los académicos le reconocen en diversas áreas como un erudito y autoridad en
temas selectos. Su poesía es muy apreciada por su rima estética y su lírica. Es
un honor que Borges haya sido un filo judío, un amante del judaísmo. En 1971 se
le ordeno a Borges con el Premio Jerusalén, esa ciudad que fascinó a Borges y
que como el decía es la ciudad más anhelada en todo el mundo por los hombres
históricamente, el misticismo y la nostalgia que guarda Jerusalén fueron de gran
interés para el gran intelectual del siglo XX argentino. Jorge Luis Borges hizo
un valioso poema que será para siempre en el año de 1969, donde refleja su
admiración y verdadero amor para con Israel y sus gentes. Estuvo en este año 10
días entre Jerusalén y Tel Aviv y dijo ávidamente que regresaba de visitar: "la
más vieja y al mismo tiempo la más joven de las naciones".
Israel, 1969
Temí que en Israel acecharía con dulzura insidiosa la nostalgia que las
diásporas seculares acumularon como un triste tesoro en las ciudades del infiel,
en las juderías, en los ocasos de la estepa, en los sueños, la nostalgia de
aquellos que te anhelaron, Jerusalén, junto a las aguas de Babilonia, ¿Qué otra
cosa eras, Israel, sino esa nostalgia, sino esa voluntad de salvar, entre las
inconstantes formas del tiempo, tu viejo libro mágico, tus liturgias, tu soledad
con Dios? No así. La más antigua de las naciones es también la más joven.
No has tentado a los nombres con jardines, con el oro y su tedio sino con el
rigor, tierra última. Israel les ha dicho sin palabras: olvidarás quién eres.
Olvidarás al otro que dejaste. Olvidarás quién fuiste en las tierras que te
dieron sus tardes y sus mañanas y a las que no darás tu nostalgia. Olvidarás la
lengua de tus padres y aprenderás la lengua del Paraíso. Serás un israelí, serás
un soldado. Edificarás la patria con ciénagas: la levantarás con desiertos.
Trabajará contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca. Una sola cosa te
prometemos: tu puesto en la batalla. (Borges, Elogio de la sombra, 1969)
Este poema refleja la admiración de Borges por el reciente Estado. Ratifica su
devoción por la causa judía, por la cual en la misma argentina fue atacado.
Además, prevé lo que será aquella extensa lucha de los nuevos ciudadanos por su
supervivencia y la mentalidad que se debe mantener, la de una lucha constante.
Para Borges; Israel no es un lugar ajeno. Este conoce bien la historia del
pueblo, desde sus orígenes. Abraham, su descendencia y los avatares que un
Israel en el exilio debería asumir, hasta algún día retornar a la tierra
prometida al primer patriarca. Borges no desconoce tampoco, la identidad
religiosa y mística. Ha estudiado hasta cábala y se ha adentrado en la teología
hebrea. La visita de 1969 a Eretz, representa para Borges y el mundo latino
judío un especial hecho dentro de la historia misma del Estado moderno de
Israel.
https://www.aurora-israel.co.il/borges-siempre-lamente-no-ser-judio
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